Se pasó toda la noche
preguntándose cuando dejaría de llover. Odiaba la lluvia, porque le recordaba
al llanto que nunca fue capaz de desplegar desde su más tierna infancia. Su
madre, ignorante de toda pedagogía y carente de cariño real, no le permitía
llorar. A fin de cuentas, era un hombrecito, y esa clase de gente no llora,
porque sino se vuelven “raros”, añadía mamá. ¿Por qué raros? Eso es algo que él
nunca supo. Pero no quería serlo, quería que lo aceptaran como a una persona
normal, aburrida e inerte, como todos los que lo rodeaban. Para perseguir ese
objetivo, él no lloraba, ni siquiera cuando aquella horrible silueta de unos
dos metros de altura lo observaba todas las noches desde los pies de la cama.
Sus ganas de llorar habían
ido disminuyendo con los años, incluso se había acostumbrado a Shikurai. Ese
era el nombre que le atribuyó a esa especie de sombra que lo perseguía desde que cumplió los 4 años, y que por
supuesto, nadie más parecía notar.
La lluvia no paró. Shikurai
nunca paraba, era como esa lluvia, era como el llanto, que seguramente no iba a
parar el día que lo dejara salir.
Durante 20 años se preguntó
porque lo perseguía. ¿Qué había hecho él para merecer eso? Seguramente había
llorado cuando no debía hacerlo. Y la eterna persecución de Shikurai, o Shikku,
cómo el le llamaba “con afecto”, era su castigo. Pero esta especie de sombra
viviente no le hacía nada. Sólo estaba allí, mirándolo, a una distancia que se
reducía cada vez más con el pasar del tiempo.
Sabía que no quedaba mucho
tiempo. La distancia entre la sombra y él era apenas la de dos baldosas, sin
embargo, ¿Qué pasaría cuando Shikku lo alcanzara? ¿Y por qué esperó 20 años?
Se fue a dormir como todos
los días, rutinariamente, para poder despertar temprano e ir a su trabajo en
tribunales. Pero esa noche no fue tan rutinaria como solían ser, exactamente a
las 3:00 AM, sintió una presión sobre su pecho. Al despertar, pudo ver a Shikku
sentado sobre él, era la primera vez que veía su rostro. Los ojos con un extraño
resplandor rojizo, no tenían tinte de haber tenido vida en el pasado, como si
él ya hubiera nacido muerto. Tenía lo que simulaban ser cuernos de carnero, que
parecían pesarle, porque movía su cabeza de un lado hacia el otro; sin despegar
los inertes ojos de aquel punto fijo.
Lloró. Hace 22 años que no
lloraba. Lloró, se deshidrató por sus lágrimas, que se habían contenido, casi
inundó su cama, ya que el alma estaba llena de profundo horror por el peso que
Shikurai causaba sobre su pecho. Pero esa presión no duró mucho, porque pronto
esa oscura esencia de la sombra comenzó a fusionarse con su piel, que se fue
llenando de pútridas verrugas a medida que esa maléfica energía se iba
apoderando de él.
La familia encontró su
cuerpo tendido en la cama, con quemaduras que había consumido casi toda su
piel, sobre todo en el rostro, donde se distinguía una calavera muy blanca, que
simulaba sonreír. Lo más llamativo, era la cornamenta de carnero que
encontraron debajo de la almohada.
Él no pudo encontrar la
forma de escaparse de Shikku. Y no pudo, porque no se atrevió a demostrar que
tenía miedo. Todos, absolutamente todos, tenemos a nuestro propio Shikurai. Lo
peor que podría pasarnos, es que nuestro propia sombra, seamos nosotros mismos,
y las censuras que nos ponemos.
Nadie debe tomar a la ligera
a Shikurai. A Shikku. A la muerte oscura.
Muy bueno....
ResponderEliminarGracias!
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